El tuyo me cubre de sombras,
como la extraña luz en un eclipse,
que logra callar el instante,
sembrando inquietud.
El abismo de Deimos y Fobos.
El mío, cuando es involuntario,
es una cárcel oscura.
Una noche con bruma caliente,
cegadora y asfixiante.
El abismo de Caribdis y Escila.
Trato. De verdad que trato.
Pero lo que no digo se enreda,
ovillándose.
Un remolino gigante que lo engulle todo.
A mí no me gusta hacer de enterrador;
prefiero sembrar el desastre,
hasta que las palabras quieran dejar de gritar.
A fin de cuentas, ahora he menguado tanto,
que de ningún modo podrías oírme.
No te molestaré.
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