Me
he enamorado de las amapolas, son tan rojas como mis cerillas. Salvajes,
vulgares y libres.
¿Qué
quieres que te diga? Los días se suicidan en mi reloj, las noches son demasiado
cortas y las horas son tan reales como los dragones. Aquí bocarriba… ¿allí bocabajo?
Un
mensaje en una botella, dejada a la deriva. ¿Terremoto? Cosquillitas en los
pies.
Nada,
todo esto son naderías, mi cabeza llena de pájaros que no para y, últimamente
no puede salir a volar. ¡Qué seria se ha puesto la vida! Y yo, erre que erre,
con mis botas moradas y mis dientes despeinados.
Mi
fuerza es la del viento, veleta como soy. Me alimento de palabras, de dibujos,
de ideas tontas.
Tan
cansada como estoy esta tarde nada tiene sentido y, disfruto de mi ignorancia
refrescante.
Caminos
divergentes, tu bocabajo… ¿yo panza arriba? Aprendí a bailar en mi telaraña de
bichejo insignificante, saltando los trastos y cosas que odio. Las cartas, las
luces por la noche y las canicas, nunca me han molestado. Las cadenas, las
palabras que arrastran al vacío y las mentiras, las ahogo en vasos de zumo
falso.
¿Qué
importa? Mañana hará calor y se abrasarán mis pestañas, pasado caerán las
hojitas temblorosas, temiendo la incertidumbre y el rugido de otro invierno que
se abre paso a zancadas sin miramientos. Y la comisura de mi boca se hendirá,
mis huesos se harán más pesados y mis pies seguirán demasiado pequeños.
Pero
me seguirá gustando Pizarnik.
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