Una vez fui dueña del mundo, y jugué con los planetas a las canicas. Una vez, mi sonrisa estridente iluminó la habitación, sembró sueños y tejió abrazos. Luego llegó el día en el que al despertar, sólo quedaban cabos sueltos. Cosí con mimo los rotos, trencé los vacíos, dibujé flores entre los nudos, adentrándome en el abismo infinito de una maraña, como un gusano feo y torpe. No tengo alas. Sólo soy yo, de piel fría y ojos oscuros, guarecida del tiempo en las palabras que he imaginado. Una fosa repleta de silencio. Una cabeza llena de pájaros. |
lunes, febrero 13, 2012
Barcos de papel
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flores en enero,
Lidoneta
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